Tras un annus horribilis 2009 en el que mi vida prácticamente tocó fondo para volver a remontar quizá demasiado rápido y afectuosamente, mis cordiales dedos logran al fin acatarme y traerme hasta este blog en el que el objetivo no está para nada determinado, ya que ni siquiera voy a aburrirme presentándolo. Qué egoísta. Antes de rumiar algo así el lector acaso conviniera llegar a la terminación de que no existe fin alguno para la escritura en este blog. ¿Por qué escribo entonces aquí? ¿Acaso tengo algo divertido e interesante, único y extravagante que mostrar al mundo? ¿Tengo una conciencia tan implacable que me veo obligado a exhibir mis bajos fondos? Pues no. Es algo tan simple como que alguna vez en mitad de la rutina me apetece escribir algo y qué mejor sitio que un blog que tenía abandonado desde hará ya año y pico. Antes de que el spam y usurpadores lo utilicen de forma indebida, al menos, digo, prefiero usarlo como alacena digital en donde guardo reflexiones que no interesan ni cambiarán la vida a nadie.
En mi viaje a Italia allá por el ya lejanísimo 2004, comprobé que los músicos que tocaban en los bares por las noches se despedían tocando una canción siempre suave y de tonalidad en acordes menores – tristes, psicológicamente -, después siempre decían “Buonanotte ai suonatori”. Poco después aquel año conocí una canción que se llamaba así.
Esa expresión condicionó el título de este blog, porque tratará sobre todo de pequeños fragmentos con ideas tontas y pensamientos que no leerá nadie mas que yo sobre el día a día. Y pobre imbécil el que pierda su tiempo leyendo idioteces de un desconocido. Serán las últimas palabras antes de irme a la cama.
Buonanotte ai suonatori.
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